Nadie sabía
a ciencia cierta quién era, ni tampoco lo que buscaba. Sólo se les aparecía medianoche pidiendo algo de beber
y unas galletas saladas. Debía de medir más de metro setenta, a
juzgar por aquella espalda encorvada escondida detrás de aquella chupa de
cuero, de todo menos moderna. No debería de tener más de
veinticinco años y sus lánguidas piernas estaban en el límite de dejar sin
aliento o producir dentera.
Con el bar a
rebosar, sobre todo los días de fútbol, don Anselmo no daba abasto sirviendo
mesas. Los clientes amigos se tiraban encima de las tapas como hooligans en
celo, mientras que los amigos
clientes se lo jugaban todo a la próxima ronda y al “apúntamelo”. Tic, tac,
tic, tac. El reloj se
acercaba a las doce y el tiempo se detenía para todos los presentes que
esperaban expectantes a que sonara la campanilla de
la puerta y que entrara
la cenicienta de los sueños rotos y el papel carbón. Seguramente, rascando un
poco podrían trazar las luces y las sombras de una vida desconocida que parecía
llorar lágrimas de cocodrilo y que había crecido con la premisa clara para una mujer como ella: “freír,
fregar y follar”.
En su media
hora de descanso, le encantaba pasearse por el barrio y ver las luces
encendidas detrás de las cortinas. Salir a caminar aliviaba sus desvelos y le
descubría nuevas historias de gente anónima que despertaba su curiosidad.
Subiendo la cuesta de la calle, se dejaba llevar por su maltrecha intuición como
una voyeur en la sombra con
dotes extraordinarias: desde ver escapar el olor de un pollo asado en la cocina
preparando la cena, hasta oír los quejidos del verde chillón de aquella moto cada vez que su
dueño hacía resonar el tubo de escape en el garaje. Después, le tocaba el turno
a los viejos del bar a los que empezaba a coger cariño, a pesar de no cruzar ni
media palabra.
MSM (ejercicio Taller de escritura)
1 comentario:
Me encantó el texto, sensible, delicado, palabras bien encontradas
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