Mil demonios se me llevan cuando
tengo el estómago vacío. Será porque estoy falta de buenos restaurantes a cinco
metros a la redonda donde degustar los más exquisitos manjares de mi barrio
natal: de los pucheros de Adela hacíamos plastilina; los canelones de don
Anselmo los convertíamos en comida para perros. Nada a lo que nuestra sufrida
madre de madalenas perfectas pudiera poner remedio. Pero así he salido yo, chef
del restaurante parisino de mi ciudad, para servirles. En bandeja o menú
degustación. Desde un solomillo asado hasta un pollo en pepitoria. Pasen y
prueben.
MSM