domingo, 20 de enero de 2013

Sándalo y jazmín


Sin más dilación, pasaron a los preámbulos. Se convirtió en una cita que culminó en una catarsis de confusión y sábanas en la que se vieron envueltos sin ellos quererlo. La habitación parecía un hervidero de almas deseosas de cariño carnal, después de tantos años de olvido y quilos de malentendidos. Los dos sabían que aquello, en el fondo, no estaba bien. Pero era lo que se encontraron. Era lo que querían.
La ropa se apartó de la escena a los pocos segundos, y dejó paso a las caricias y a las confesiones que, años atrás, habrían cambiado el rumbo de las cosas. No podían apenas articular palabra y dejaron a sus corazones latir al ritmo del vaivén que les llevó directos al paraíso. Sus cuerpos enfundados en una burbuja aislante de cuchicheos, rozaban la perfección en esa comunión de pieles sudorosas en las que se vieron envueltos el jazmín y el sándalo. Ambos recorrían cada rincón del otro tocando botoncitos, jugando al escondite y buscando lugares recónditos con tesoros escondidos. Sus aromas se mezclaban con la atmósfera roja de las luces de neón del burdel de la calle que, frente a la ventana, dejaba escapar otros gritos e insinuaciones no aptos para los más recatados.
 
Se perdieron en cada deseo, se encontraron en cada gemido. Se robaron la inocencia perdida de quién no sabe lo que le viene encima pero más que nadie conoce lo que ha sufrido. El jazmín se agarró con fuerza a la raíz del sándalo, y no lo soltó hasta estar seguro que era suyo y que acababan juntos de la mano ese sendero de pasión y dudas.

A la mañana siguiente, no se acordaban de nada. El sueño había prescrito.