domingo, 30 de octubre de 2011

Inicio intrigante


Fueron cuatro los ataúdes que se pasearon aquella tarde por las calles del pueblo, uno por cada automóvil fúnebre que los transportaba, mientras la novia vestida de negro hacía su entrada estelar en la iglesia. A pesar del sol de justicia que caía sin compasión sobre los corazones rotos de esas almas sin pena, el párroco prefirió hacer la misa en la plaza, donde el campanario se pudiera oír como Dios manda. Una plaza en la que no había bancos para sentarse, donde los agonizantes limoneros vigilaban majestuosos a los niños traviesos que se colaban por entre los invitados a la boda. ¿O era al funeral? A ellos les daba igual, tanto, que correteaban ajenos a la sed de venganza que allí se respiraba, en busca del agua que no caía de la fuente imaginaria.

MSM

Nota: Ejercicio del taller de escritura.