martes, 14 de diciembre de 2010

Tu silla vacía


En esta silla vacía llaciste mil y una tardes. Te sentabas y hacías tus labores, me contabas cuentos y me explicabas tus historias. Historias de una vejez que empezó siendo una belleza natural, pura, muchos años atrás. Cuentos curiosos en los que Caperucita Roja se comía al lobo y Pulgarcito se convertía en el rey más grande de su época. Labores para tus hijos, familiares y vecinos; y, cómo no, para tu amado, destinado a un frente del que nunca pudo volver.

En esta silla vacía ahora me siento yo cada mañana, para mecer a mi pequeña, tan frágil, tan bonita. Le explico lo mucho que te quería y lo poco que te recuerdo. Le canto canciones de cuna en las que los ángeles llevan moto y las mariposas revolotean por las casas. Casas como la nuestra, que con cuatro paredes aguantan lo que le echen, y que gracias a tí pudo ver salir la luna cada noche.

En esta silla vacía sigue posando cada mediodía tu alma, presa de recuerdos imposibles y de dolor contenido. Yo juego con ella y le pongo cara, y sueño algún día poder, de verdad, conocerla.

MSM