jueves, 24 de enero de 2013

Su sombra

Nadie sabía a ciencia cierta quién era, ni tampoco lo que buscaba. Sólo se les aparecía medianoche pidiendo algo de beber y unas galletas saladas. Debía de medir más de metro setenta, a juzgar por aquella espalda encorvada escondida detrás de aquella chupa de cuero, de todo menos moderna. No debería de tener más de veinticinco años y sus lánguidas piernas estaban en el límite de dejar sin aliento o producir dentera.
 
Con el bar a rebosar, sobre todo los días de fútbol, don Anselmo no daba abasto sirviendo mesas. Los clientes amigos se tiraban encima de las tapas como hooligans en celo, mientras que los amigos clientes se lo jugaban todo a la próxima ronda y al “apúntamelo”. Tic, tac, tic, tac. El reloj se acercaba a las doce y el tiempo se detenía para todos los presentes que esperaban expectantes a que sonara la campanilla de la puerta y que entrara la cenicienta de los sueños rotos y el papel carbón. Seguramente, rascando un poco podrían trazar las luces y las sombras de una vida desconocida que parecía llorar lágrimas de cocodrilo y que había crecido con la premisa clara para una mujer como ella: “freír, fregar y follar”.
 
En su media hora de descanso, le encantaba pasearse por el barrio y ver las luces encendidas detrás de las cortinas. Salir a caminar aliviaba sus desvelos y le descubría nuevas historias de gente anónima que despertaba su curiosidad. Subiendo la cuesta de la calle, se dejaba llevar por su maltrecha intuición como una voyeur en la sombra con dotes extraordinarias: desde ver escapar el olor de un pollo asado en la cocina preparando la cena, hasta oír los quejidos del verde chillón de aquella moto cada vez que su dueño hacía resonar el tubo de escape en el garaje. Después, le tocaba el turno a los viejos del bar a los que empezaba a coger cariño, a pesar de no cruzar ni media palabra.
 
MSM (ejercicio Taller de escritura)