viernes, 27 de febrero de 2015

El reencuentro



Cada paso que había dado en su vida era para no mirar atrás. Los años no habían pasado en balde para esa mujer coqueta de piernas arqueadas que, con setenta años, todavía daba de qué hablar. Igual que él, hombre de ideas claras, cuerpo esbelto como el primer día de servicio que le ponía en bandeja un océano entero por conocer. Habían pasado nada más y nada menos que cincuenta años desde aquel encuentro en el Puerto de Barcelona, desde aquella primera mirada, despistada la de ella, penetrante la de él, que les unió para siempre en pocos días. Aunque sólo fuera en el recuerdo.

  A punto de cruzar la calle, Jack creyó ver una visión. Una maravillosa visión que le transporto a sus impetuosos veinte. No puede ser, dijo para sí. La multitud no le impidió ver de verdad a aquella mujer encorvada que conservaba la misma mirada inocente del primer día. No pudo sino acercarse a ella, rozarle el brazo para llamar su atención y preguntarle lo que en pocos segundos tanto anhelaba:

- ¿Beatriz?
- ¡¿Jack?! ¿Eres tú? – contestó ella temblando, totalmente anonadada.
- Dios mío, cuantos años llevo buscándote – le dijo él casi en un susurro.
- Por todos los santos, me dijeron que habías muerto – balbuceó Beatriz, a punto de echarse a llorar.
- Eso te hicieron creer. La guerra se complicó y me fue imposible volver… Oh, tengo tanto que… Déjame que te explique, por favor – le suplicó Jack cogiéndola de las manos con firmeza –. Nunca dejé de pensar en ti. Nunca. Sigues siendo tan… tú.

         Se fundieron en un cálido abrazo, entre lágrimas y recuerdos de toda una vida… separados.

        Doña Beatriz, Betty Boop para los vecinos y las cotillas del barrio, había sido una esbelta bailarina de bar de medianoche en los años treinta. Sus largas piernas desataban el delirio de los marines que llegaban de servicio al puerto de Barcelona, los Navy americanos. Ahora, cincuenta años después, seguía repartiendo grandes momentos por las calles adoquinadas que crecieron alrededor del puerto. “Antes muerta que sencilla” era su lema. Su joven espíritu no la dejaba salir de casa sin su maquillaje de toda la vida: labios carmín y sombra de ojos morada, con un lápiz de ojos azul marino. Inevitablemente, Jack Pendeltton se fijó en ella años atrás, un día cualquiera entre semana, nada más bajar del barco. 

MSM


Ejercicio del Curso de Narrativa de l'Ateneu Barcelonès