lunes, 19 de septiembre de 2011

Historias de retrovisor


Normalente pasan desapercibidos, como sombra que lleva el viento, parapetados delante de un cristal y, a veces, ni eso. Recorren cientos de veces las calles de la ciudad, y pasan y vuelven a pasar por los mismos sitios si la ocasión lo requiere. Corren el peligro o la suerte de que les toque un compañero de viaje molesto, plasta, simpático, mal educado, guapo, sucio o, incluso, peligroso. Y se saben todos los chismes e historias habidos y por haber en una urbe (y las urbes suelen ser grandes): el hombre que se convierte en amante en el momento que llama a la mujer casada con su mejor amigo; el aparente bonachón con traje que se convierte en un maquavélico compañero de trabajo cuando le cuenta a otro como él que van a forzar un despido; la dulce universitaria que, mientras llega tarde a clase, le explica a su mejor amiga la noche anterior con pelos y señales; las discusiones de un matrimonio cincuentón que no saben qué hacer con sus respectivas madres, a cuál peor; o la suegra de uno de estos dos, que va sola a la consulta del médico porque sus hijos trabajan mucho. Miles de historias que se cuelan a través del retrovisor. 
Incluso ellos, nuestros amigos taxistas, pueden ser pesados, molestos o simpáticos. Siempre según cómo tengamos el día. Y es que hay de todo, como en todas partes, y según cómo sea el cristal con que miremos.   

MSM 

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